Adam tenía que tomar un remedio para la tos. Me dije que se me venía la noche. Pero no.
Le di la cucharita con 2.5 ml, y cuando se la tomó de un saque, respiré. Saqué la cucharita de su boca y me dijo: "Más!".
Sonreí.
A la mañana siguiente repetimos el ritual, y para complementar, le quise dar un poco de miel para aflojar la garganta.
Le acerco la cucharita y me da vuelta la cara.
Le digo: "Miel! Es rico!" y nada. Me dice que no.
Entonces recurrí a la frase ganadora:
"Adam, tomá, hacé de cuenta que es un remedio!"
Le di la cucharita con 2.5 ml, y cuando se la tomó de un saque, respiré. Saqué la cucharita de su boca y me dijo: "Más!".
Sonreí.
A la mañana siguiente repetimos el ritual, y para complementar, le quise dar un poco de miel para aflojar la garganta.
Le acerco la cucharita y me da vuelta la cara.
Le digo: "Miel! Es rico!" y nada. Me dice que no.
Entonces recurrí a la frase ganadora:
"Adam, tomá, hacé de cuenta que es un remedio!"